El problema empieza cuando el virus, desdeñando las células, ataca la estructura molecular misma del organismo, cuyos átomos entran en un proceso de dispersión lento pero continuo como si fueran imanes que se repelen unos a otros.
El primer síntoma es un curioso y sumamente parejo aumento de volumen del paciente que no va acompañado por un aumento de peso. En efecto, su masa no varía aunque al cabo de varias semanas se lo note perceptiblemente más alto y más gordo. Pronto se nota que la persona comienza a atenuarse y los familiares cercanos se quejan de su falta de nitidez.
Si no se actúa a tiempo, la dispersión se acentúa hasta que las moléculas pierden cohesión. El enfermo ya no tiene apetito pero tampoco siente dolor. Antes de su completa desaparición queda reducido a una enorme mancha borrosa de cuya existencia es posible dudar, como si fuera una suerte de ilusión óptica.
Ana María Shua