Una noche el texto se removió con furia, y las contorsiones hicieron cambiar su equilibrio interno. Los párrafos se alteraron, muchos diacríticos sollozaron con desesperación, y el interlineado comenzó a expandirse, víctima de una hinchazón infinita. Por la mañana, cuando el escritor volvió al texto para una revisión definitiva, cada uno de sus habitantes estaba sentado en el margen con aire desolado y ojos enrojecidos. Uno se deslizó hacia la nota a pie de página más próxima, pero fue expulsado por un par de referencias bibliográficas enfurecidas. Meneando tristemente la cabeza, el escritor constató que no faltara ninguna de sus ideas, y, ellas en efecto estaban allí, aporreadas pero reconocibles. Las limpió del barro circundante, las depositó con cuidado al alcance de la vista, y reflexionó: «Es difícil darles libertad a mis textos. Alguien debería enseñarles la diferencia entre libertad y libertinaje». Minutos más tarde estaba tecleando a toda velocidad.
David Lagmanovich