El avión de la línea regular volaba repleto de pasajeros. Era un vuelo con escalas previstas… Por lo menos, así lo creyó cuando montó. Se llevó una gran sorpresa al enterarse por la azafata de que, dado que era el único pasajero con billete para Wichita, el avión (evidentemente con la intención de ahorrar combustible) no haría escala… «Se precisa un mínimo de dos pasajeros», le aclaró la azafata v le tendió el paracaídas, que utilizaban para estos casos. Atemorizado sugirió la posibilidad de continuar el vuelo. Se le informó que podía hacerlo, pero abonando un suplemento. Ante esta perspectiva se dejó enfundar dócilmente el paracaídas. Los demás pasajeros no prestaban la más mínima atención a la conversación. Leían, dormían, charlaban. Parecían estar habituados a estos preparativos. Cruzaron el pasillo y llegaron a la portezuela trasera del avión. Un rótulo decía: «Salida de emergencia». La azafata, mientras abría la misma, indicó al pasajero una anilla que le colgaba del paracaídas: «Tire de ella una vez que haya contado hasta diez». Y empujó al vacío al aterrorizado pasajero. Su cadáver, naturalmente destrozado, lo encontraron una semana más tarde. Se armó un pequeño escándalo y la Compañía se avino a mejorar el dispositivo de los paracaídas utilizados en estos casos.
Alonso Ibarrola