Hace calor, estamos atados a nuestros asientos, no hay espacio para extender las piernas. Esperamos, contra toda lógica, que el avión levante vuelo, confiamos como niños en que la pesadísima construcción de acero correrá locamente por la pista hasta echarse a volar. Sólo los desconfiados, los intensos, los verdaderamente adultos somos capaces de ver la figura del enorme pájaro rock que toma el avión entre sus garras y nos eleva sobre las nubes de una manera tanto más razonable, más explicable, más sensata.
Ana María Shua