Ella andaba siempre de aquí para allá, preguntando por alguien a quien nadie conocía. Hasta que un avispado paseante le dio pelos y señales del lugar donde encontrar a quien buscaba. Entonces supo que aquel ser monstruoso, producto de su imaginación, se había hecho realidad. Tenía nombre y apellido. Esperaba en una concreta dirección de la ciudad a que ella, inevitablemente condenada, llamara a su puerta.