Sumamente amable con su discípulo, lo rodea de atenciones, lo estimula en el trabajo, le dice que es un joven muy inteligente, que está muy bien dotado, le pronostica un porvenir brillante. Cuando le corrige algún yerro le pide disculpas. En general le señala aciertos. Pero un día el maestro frunce las cejas, tuerce la boca, por primera vez habla en un tono autoritario y colérico: – ¡Te equivocaste! ¿Dónde tienes la cabeza? Has cometido errores garrafales. Entonces el discípulo, cortésmente, le da la mano y se despide de su maestro. Ha comprendido que ahora él es, también, Maestro.
Marco Denevi