-¡Oh, figura femenina! ¡Cuán gloriosa eres!
Hildegarda de Bingen creía que la sangre que mancha es la sangre de la guerra, no la sangre de la menstruación, y abiertamente invitaba a celebrar la felicidad de haber nacido mujer.
Y en sus obras de medicina y ciencias naturales, únicas en la Europa de su tiempo, se había atrevido a reivindicar el placer femenino en términos insólitos para su tiempo y su iglesia. Con sabiduría sorprendente en una abadesa puritana, de muy estrictas costumbres, virgen entre las vírgenes, Hildegarda afirmó que el placer del amor que arde en la sangre es más sutil y profundo en la mujer que en el hombre:
-En la mujer, es comparable al sol y a su dulzura, que delicadamente calienta la tierra y la hace fértil.
Un siglo antes que Hildegarda, el célebre médico persa llamado Avicena había incluido en su «Canon» una descripción más detallada del orgasmo femenino, a partir del momento en que los ojos de ella empiezan a enrojecer, su respiración se acelera y comienza a balbucear.
Como el placer era un asunto masculino, las traducciones europeas de la obra de Avicena suprimieron la página.