He sido conducido al locutorio porque tengo una visita sorpresa, según me ha adelantado el funcionario. A través del cristal, observo un bello rostro adornado con una sonrisa. Es una muchacha joven, esbelta, con unos ojos claros… «¡Hija mía!», musito. Hace quince años que no la veía, que no quería verme. Y ahora está aquí. En unos segundos acuden a mi mente bellos recuerdos en tropel. Cuando la tenía amorosamente en brazos y me pedía la Luna, y yo le daba la Luna. El día que la llevé a la escuela por vez primera, con su batita blanca, su lazo y su pelo rubio recogido en una graciosa coleta. Lloraba tanto ante la puerta que nos volvimos a casa. Mi mujer se indignó conmigo y tuve que llevarla de nuevo. De repente, unos leves toques del funcionario en la espalda me hacen volverme. Me indica que no estoy en el locutorio adecuado y que esa muchacha no es mi hija. La que ahora tengo enfrente, con gafas y gesto fruncido, no me aviva recuerdo alguno.
Un comentario en «1.107 – En la cárcel»
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Jo… un poco cruel ¿no?