1.219 – Carne de espejo

 Hoy mi espejo se puso furioso porque llegué tarde a la cita matutina.
Cuando salí de la ducha estaba empañado, su única manera de cerrar los párpados y hacerme un desdeño. A él sin duda le corre más sangre que a mí por las venas. Desde que Teresa me dejó, a mí la sangre, más que correr, me camina. Cuando lo compré, el anticuario me preguntó: ¿Espejo de mujer o de hombre? De hombre, casi siempre de hombre, le respondí tensando la mandíbula.
¿Y para cuántos?
Creo que se está encariñando, y como me sobrevivirá he estado averiguando seguros de vida y asilo para espejos. Espero que no me suceda otro, ya hemos sido suficientes. Quiero, al morir, mudarme a su vastedad y cerrar la puerta tras de mí. Él está de acuerdo.
Cada cierto tiempo se pone tétrico y huele a charco podrido. Entonces lo empaco en el auto y lo llevo a la playa para que frente al mar, las imágenes se diluyan y se le amanse un poco la memoria.
Hay días en que no sé qué hacer con él, es impredecible. Cuando espero ver mi réplica, resulta que a él no le basta, se cree un artista, un esteta, y me planta un bigote, un lunar, o se acelera y me devuelve ya canoso, o aún peor, le vienen sus ínfulas de prisma y me desmantela cromáticamente. Demoro horas en fijar mis colores y redefinir contornos para salir con decoro a la calle.
Los domingos tiene día libre y no funciona. No me atrevo a mirar dentro, por respeto a su privacidad, claro, pero más que nada por miedo. Para esos casos cuelgo un cucharón en cuyo reflejo me afeito.
Cuando vuelvo a casa, cavernoso de tiempo, escalfado de traje, es cuando más me reconforta sumergirme en él. El celofán de su piel es límpido, crujiente de ahora, una segunda oportunidad. El se suma a mí, me completa.
Quisiera saber qué hace cuando no lo veo, dónde desemboca. Sospecho que en mis sueños.
A veces pienso que más que reflejarme, se vacía en mí, se hunde en mi carne: para sentir, me suplanta. Entonces me da terror, ganas de acuchillarlo, de hacerlo sufrir de a poquito, pero no lo hago. La mitad de mí ya es suya, la mitad de él ya es mía. Quiero envejecer con él, conmigo, con todas las posibilidades que sugiere o me impone. Él evoluciona y me reinventa. Yo soy el que envejece, él quien trasciende y me arrastra.

Isabel Mellado
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del Vigía. 2010

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