Nunca me llevé bien con la familia. Desde la abuela Felicia, con ese don para esparcir cizaña, hasta el patán de mi hermano Ricardo, todos parecían puestos en escena para que la mía fuera una existencia desgraciada. Eran parientes artificiales, implantados en mi vida como órganos ajenos, que mi cuerpo rechazaba con furia desde niño. Durante años fantaseé con ser un niño adoptado. Pero el pulgar en forma de martillo no dejaba espacio para la duda acerca de mi ascendencia. Todo lo que hice para alejarme de mis parientes, resultó inútil. Acabé con la mandíbula de la abuela encajada en uno de mis fémures, las costillas de Ricardo sobre mi coxis y al lado, el cráneo de papá. Juntos y revueltos en el mismo nicho, obedeciendo la costumbre familiar.
Un comentario en «1.220 – La familia unida»
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¡Que buena es esta escritora! Deberíamos escribir su nombre siempre en mayúsculas.
Un abrazo,