Fuma para poder escribir unas memorias como Zeno, dentro de muchos años, cuando sea mayor y más deprimente; para tener algo que contar en esas edades; bebe como Arturo Bandini con la esperanza de que en cualquier momento, en cualquier biblioteca del mundo, un Bukowski lo descubra, alucinado; reza para sentarse en la estación de invierno del puerto más lejano de Crimea y morir como Tolstoi, decrépito y célebre. Y todo lo que ha conseguido es una rara enfermedad de los pulmones que ha inspirado la oscura ponencia de un médico en un congreso al que nadie quiere ir. «Quizá si escribiera algo», piensa mientras dispone la oreja derecha para cortársela con una tijera.