¡Al ataque!», gritó el capitán, sable en mano, saliendo de la trinchera, decidido, campo a través, contra el enemigo. Nadie se movió. Las balas silbaban por doquier… Al cabo de un rato, el capitán regresó, jadeante y fatigado. «No quiero cobardes en mi compañía. ¡Al que no me siga haré que lo fusilen!», y diciendo esto volvió a salir de la trinchera, gritando el habitual: » ¡Adelante!». Volvieron a silbar las balas y los soldados no se movieron. Esta vez el capitán, afortunadamente, no volvió.