Mojo mi magdalena en la tila una y otra vez. Los recuerdos de mi infancia aparecen con claridad. Soy el mejor del equipo del colegio, del instituto, de la universidad. Varias veces elegido mejor jugador. Llega por fin el gran contrato, el gran equipo, los titulares y las damas de compañía. Llega la selección nacional y los himnos. Llegan partidos intensos, llega la final del campeonato del mundo, llega el último segundo, el empate, el penalti que nos hará reyes o villanos…
Aquí termina el efecto de la tila. Por más que mojo y remojo nuevas magdalenas no consigo recordar si soy el lanzador que anota el tanto definitivo o el portero que detiene el balón.